Salvador García y Ortega, La vitalidad de una herencia cultural  

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BANDA de música (Tomado de la Agenda Cultural de Zacatecas Sept 2009)

"La música es una de las manifestaciones artísticas que posee la virtud de estar a nuestro alcance de manera cotidiana. Basta con que un mexicano tenga a su alcance una guitarra para que, quienes se encuentren a su alrededor, entonen con entusiasmo esos temas plenos de amor, pasión y bravura que caracterizan a las canciones populares.



Asimismo, en Zacatecas tenemos el honor de contar con una agrupación como la Banda de Música del Estado, dirigida con singular presteza por el maestro Salvador García y Ortega, digno heredero de su padre —don Juan Pablo García— y de la enorme tradición musical zacatecana, cuyas raíces ya son centenarias. Orgullo de propios y extraños, el legado de nuestra banda ha logrado permear tan hondo en la formación musical de las y los zacatecanos, que ya es un lugar común escuchar: si la banda no toca en el evento, éste quedará incompleto." Amalia García Medina, Gobernadora del Estado de Zacatecas.

LA VITALIDAD DE UNA HERENCIA CULTURAL

Una banda de música es una formación realizada a partir de instrumentos de viento y percusión. Su estructura es similar a la de las orquestas, siendo el instrumento principal el clarinete en lugar del violín. Existen diversos tipos de bandas, por ejemplo las bandas de gaitas que, curiosamente, hermanan lugares tan peculiares como Galicia y Escocia; las estudiantinas, formadas por instrumentos de cuerdas (mandolina, guitarra), además de las bandas sinfónicas, en las cuales los instrumentos de viento–metal se ven complementados por algún instrumento de cuerda.
Asimismo, en ocasiones, las bandas pueden actuar acompañadas de música vocal, como ocurre en las agrupaciones de México, donde la Banda de Música del Estado de Zacatecas constituye un digno exponente que llena de orgullo a propios y extraños, gracias al encomiable trabajo de dos generaciones de grandes músicos, la de Juan Pablo García y la de su hijo, Salvador.

Nací en Zacatecas, el 7 de noviembre de 1945. Estando de vacaciones, terminada la primaria, acompañaba a mi papá, Juan Pablo García, con frecuencia por las tardes, ya que él, aparte de ser director de la Banda de Música del Estado, trabajaba como ministro ejecutor de la tesorería estatal, por lo cual andaba requiriendo a los contribuyentes morosos. Laboraba en ello porque el sueldo de la banda le era insuficiente, tenía once hijos. Una vez me dijo: «ya se fue Jesús Cano, se lo llevó su familia, voy a poner a Chuyito en los platillos, a usted lo voy a poner de ayudante para que me limpie el salón de estudios, ponga el archivo en la mañana y sea el cita (el encargado de citar a todos los músicos cuando había un servicio extraordinario), mientras consigo otra persona que me ayude, al fin que está usted de vacaciones». Así empecé, a principios de agosto y el día dieciséis llegó mi nombramiento como músico de segundo. Se suponía que era algo momentáneo, porque yo iba a ingresar a la Escuela Normal «Manuel Ávila Camacho» para estudiar la carrera de maestro. Y resultó que pasaron cincuenta años y mi papá nunca encontró quién le ayudara.

Me levantaba demasiado temprano, porque entraba a las ocho a la escuela y tenía que dejar listo el salón de estudios. La banda acudía diariamente, de las doce a las dos: yo salía un cuarto para las doce y llegaba barrido al estudio, para ver qué música iba a querer mi papá y ponerla en los atriles para los ensayos. En ese entonces, el estudio se ubicaba en lo que hoy es la Fototeca de Zacatecas, le llamaban el antiguo Edificio de Carreteras, ya en ruinas. Posteriormente, empezaron a construir ahí el impi para el desarrollo infantil, por lo que nos cambiaron al último piso del Teatro «Fernando Calderón», también en ruinas.




Llegué a ser ejecutante por una serie de eventos: en la Escuela Normal había un programa de radio que hacía un periodista de Loreto, Honor a quien honor merece, de periodicidad mensual; en un mes de noviembre sólo asistieron trece músicos, porque muchos se habían ido a tocar a otros eventos, porque el veinte de ese mes era un día de gran importancia y se presentaban bailes, kermeses. De tal modo que las tres intervenciones que tuvo la banda durante el programa fueron de la misma pieza, porque era la única que podía salir con los instrumentos que estaban presentes.

Finalizando aquello, mi papá iba muy pensativo, despacio; a la altura del monumento a González Ortega dijo: «vengo muy molesto», «papá, no le queda más que enseñar», le repuse, y él agregó: «voy a dedicarme a enseñar porque, si no, esto se va acabar, pero no se va finalizar en mis manos». Así comenzó la formación de los jóvenes. Empezó conmigo y luego con Tomás Belmontes, Toño Corvera, Memo Flores de Fresnillo y tres muchachos de Ojocaliente.

Estudiábamos en la casa de mi papá temprano, después de las siete de la tarde continuábamos. Recuerdo que los músicos eran muy burlescos con nosotros, nos ponían apodos, decían «entenados de Juan Pablo», lo cual a mí no me afectaba, pues era su hijo, pero sí a los demás, porque esa palabra, entenado, era una ofensa muy grande, peor que una mentada de madre. Siempre nos metían en problemas, con el fin de que nos fuéramos. Una vez que nos quejamos con mi papá, nos dijo «espérense, aguántense poquito, ellos no los van a correr, ustedes los van a botar ». Efectivamente, comenzamos a tocar con la banda los jueves, de las seis a las ocho, en el Jardín Independencia, eran cuatro piezas durante dos horas, pero en una ocasión fueron diez; nosotros queríamos más y los otros músicos decían: «qué, ¿están muy calientes, muy picados, les pagan mucho?» Ellos empezaron a sentir el peso del trabajo. Después fue tocar una hora seguidita, con media hora de descanso, y ellos continuaron renegando, nosotros no, porque estábamos en nuestro elemento, aspirábamos a tocar más.

Así se fueron saliendo, unos se jubilaron, otros se retiraron porque no pudieron con el trabajo, que ya era mucho. En esa época tocábamos durante todas las peregrinaciones a La Bufa, íbamos al tres por uno; recuerdo muy bien que pagaban veinte pesos a los músicos grandes por el recorrido del Callejón de las Campanas a la Bufa, y llegando allá se tocaba todavía una hora y media o más, casi de cinco a siete de la tarde. Al siguiente día era de las siete a las nueve de la mañana, por veinte pesos que nos daban para repartirlos entre tres de nosotros. Hasta que mi papá no lo aceptó y pidió que fuera al tú por tú; entonces, en un año mandó solamente a los jóvenes, que éramos quienes en realidad sacábamos el trabajo. Al poco tiempo, ya éramos muchos. A mi papá se le ocurrió invitar mujeres, primero juntó a los músicos del sindicato, Jaime Castillo y otros, para decirles: «manden a sus hijas para enseñarles a tocar».

Ellos lo vieron con buenos ojos y las niñas comenzaron a participar, pero, a veces, la banda salía a los municipios y las chiquillas se alborotaban, por lo que los papás decían: «ah, caray, son cinco niñas de trece y catorce años y ahí van puros hombres». Mas mi papá les decía: «nos va a acompañar mi esposa Lolita, ella las va a cuidar», con lo que los papás se iban tranquilos. Desde entonces, a todas las salidas iba mi mamá.




Después de esto, las demás bandas de los estados tenían mujeres. Fue una muy buena idea de mi papá, porque se renovó la banda, con otra imagen, más juvenil, cultural, más próxima a lo que se veía en las sinfónicas, donde la mujer siempre ha tenido presencia. Creo que revolucionamos a las bandas del país admitiendo mujeres, además de que fue algo que a todo mundo agradó. A mi papá le gustaba enseñar, labor en la que le ayudaba, pero el tiempo le era insuficiente, porque tocábamos mucho, ya que ésta es la banda a nivel nacional, tal vez del mundo, que mayor número de actuaciones tiene, más de doscientas presentaciones al año.

Como bien dice la gobernadora Amalia García: «un acto donde no está la banda, está incompleto». Todos los municipios nos requieren, para los desfiles de aniversario, las graduaciones de las normales, las temporadas en la Plaza de Toros. Por ejemplo, en Torreón y Saltillo, cuando nos hemos presentado en sus ruedos, nos ponen como parte del cartel. Luis Díaz Santana Garza, en su obra Tradición Musical en Zacatecas, afirma lo siguiente: «dentro de las disciplinas escénicas, seguramente, la más favorecida por la población en general es la música, por el hecho de estar al alcance de todos: no es necesario más que una persona capaz de entonar, aceptablemente, una canción para dejarse envolver y contagiar por este arte», lo cual, en el caso de nuestra entidad, es evidente, como lo puede constatar quien haya asistido a los tradicionales conciertos de la Banda de Música del Estado en la Plazuela Goitia, o a su magna presentación del Jueves Santo, ocasiones que ya constituyen, por sí mismas, fechas que un pueblo tan amante de la música como el nuestro lega de padres a hijos, como una clara muestra de la vitalidad de la herencia cultural zacatecana.

Cuando estudiaba en el Instituto Zacatecano de Bellas Artes (izba), tuvimos un maestro que, según él, nos iba a dar clases de armonía, se llamaba Macedonio. Pero sólo llenaba el pizarrón de notas y no le entendíamos nada, por lo que íbamos con mi papá y le preguntábamos qué era todo eso y él nos lo explicaba. Al día siguiente, las horas continuaban pasando y seguíamos sin entender, por lo que regresábamos con mi papá para que nos volviera a explicar.

Hasta que un muchacho, Salvador del Hoyo, me dijo: «creo que estamos perdiendo el tiempo en el izba, ahí nos dan hora y media y no entendemos nada, aquí con quince minutos comprendemos todo, hay que decirle al profe que nos enseñe». Sí, pero eso iba a ser hasta la noche, luego que se terminaran los servicios de la banda, aunque con treinta minutos bastaba. Salvador del Hoyo se fue a Tijuana, luego a Los Ángeles y ya sólo quedé yo de alumno de mi papá. Necesitaba poner atención, porque él era muy duro, me decía «haz esto», lo realizaba, me corregía. Así junté cuadernos con lo que empezaba a componer y lo que él me revisaba, pero entré a trabajar como maestro, mas siempre que hacía algo le preguntaba si estaba bien.

Se presentó un dilema al tocar la Marcha Zacatecas, porque los jóvenes ya no la conocíamos. Teníamos unos papeles y ya no era como la tocaban los músicos viejos, entonces el maestro Marcial Morales le prestó una instrumentación a mi papá, el maestro Melquíades Campos otra y un maestro llamado Dimas, una más, al tiempo que llevó a un pianista excelente, Felix Villanueva. Se fueron al patio del izba a tocar las piezas para ver cuál les gustaba más. Recuerdo que me preguntó sobre cuál era la que a mí me había gustado y le contesté que ninguna. Después de un rato llegó con un montón de papeles y me dijo: «tome, componga una usted, lo digo en serio», pero ¿cómo hacer un arreglo sobre la Marcha Zacatecas? Aunque era complicado, pensé que era una oportunidad que me daba mi papá para que hiciera algo. Empecé a escribir un poco cada tarde, después de ensayar con la banda, hasta el momento en que lo terminé. Fui a enseñárselo a mi papá, le dije que invitara a Villanueva para que evaluara el arreglo, pero me dijo que el único jurado era él.

Tras escucharlo me expresó que ese iba a ser el oficial de la banda y es el que se toca hasta la fecha.

Después compuse por completo una marcha, tras concluirla me apresté a interpretarla, mi papá la escuchó y me dijo: «qué bonita, ¿cómo se llama?», «Juan Pablo García», me miró incrédulo y preguntó que quién la había compuesto; cuando se convenció que era obra mía, expresó: «está muy bonita, pero mientras yo esté, nunca la toque». Y así fue, nunca se ejecutó en algún servicio, hasta que falleció. En el siguiente Festival Cultural, que estuvo dedicado a él, le tocamos su marcha. Al año siguiente murió mi hija Elaine y le realicé otra composición. Fue un momento difícil, porque se notaba su ausencia en la banda, tanto que su hermana Mónica ya no quería seguir de ejecutante, siempre habían estado juntas. Yo volteaba a su lugar y sólo veía dos sillas vacías, nunca en mi vida he tenido un estudio tan interminable. Tenía ganas de abandonarlo todo, ya van a ser trece años de todo aquello, una situación que sólo el entusiasmo y el empuje de la banda me ayudaron a superar.

Como toda agrupación artística que está en permanente contacto con su público, la Banda de Música del Estado de Zacatecas, consciente de una trayectoria que la ha llevado a recorrer el tiempo y el espacio del vasto océano de la creación musical —desde Tchaikovski a Caifanes, por citar un caso—, sabe que, mientras la música siga estando presente en nuestras vidas, tendremos más ánimos para sortear los escollos que se presentan durante el devenir de la existencia humana, haciendo eco a lo que dice el centenario adagio: «quien canta, sus penas espanta».

Considero que nuestra presentación más importante del año es el concierto del Festival Cultural, es muy satisfactorio, como en la pasada edición, contemplar el lleno total a las doce del día, con el sol de abril cayendo a plomo. Recuerdo que asistieron muchísimos jóvenes porque tocamos temas del Tri, Caifanes, Maná. El día que cumplí cincuenta años en la banda, este pasado 16 de agosto, la Plaza de Armas también estuvo a reventar, es gratificante tocar un concierto y que haya convocatoria, porque hubo más de ochocientas personas de pie durante dos horas y media de una presentación que se fue alargando, aunque el público seguía pidiendo «otra, otra», pero después de interpretar la Marcha Zacatecas, eso ya no era posible. A pesar de todo, la gente quedó complacida y es algo que agradezco mucho, porque tenía temor de que no hubiera asistencia o que lloviera, por encontrarnos a mitad de agosto, pero ahí está la gente, le gusta lo que estamos haciendo. Siempre estoy preocupado por preparar algo nuevo y permanecer en el gusto del auditorio, porque presumo que la banda es profeta en su tierra, pero eso sólo se logra tocando la música que le gusta al público, algo de lo que ya me di cuenta. Pero, sobre todo, hay que mantener la calidad y el prestigio, porque es muy fácil llegar arriba, lo difícil es sostenerse. Es algo que me compromete a dar más y más a Zacatecas, ya desde ahora estoy pensando qué vamos a tocar el próximo Jueves Santo, ideando algo diferente porque estamos preparando los recitales del bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución.

Mi papá hizo una escuela de música en la propia banda, algo único en nuestro continente, gracias a ello han salido más de quinientos jóvenes a tocar en agrupaciones de gran relevancia: en la Sinfónica Nacional, la de la Universidad Nacional Autónoma de México, la de Jalisco, San Luis Potosí, Aguascalientes, Jalapa; el clarinete principal de la Sinfónica de Tokio, Antonio Cortés, es egresado de la banda, así como la clarinetista principal de la Sinfónica de Sacramento, María Adame; el mejor tubista de América Latina, Manuel Cerros, también es de aquí; en Cancún tenemos una docena de músicos muy bien ubicados, todo ello gracias a la escuela y la calidad de la banda. Hace como tres años fuimos a tocar a Huamantla, al Desfile de las Flores, ahí coincidimos con la Banda de Marina, su director me decía que se iban a jubilar veinte músicos, que tenía ese número de plazas para quien presentara el siguiente requisito: una constancia de pertenecer a la Banda de Música del Estado de Zacatecas, porque ese documento vale más que un título de ejecutante del Conservatorio Nacional.

Actualmente tenemos dos maestros, Arturo, mi hermano, y Jorge Becerra, pero, en realidad, todo depende del empeño y la dedicación de los muchachos. Por ejemplo, se van a ir dos trombonistas, por lo que le digo a mi hermano: «en dos meses quiero por lo menos un par de ese tipo de ejecutantes», y él los prepara de balazo, estudiando en la tarde, con ellos, el archivo que toca la banda, para que ya estén listos. Antes era una gran preocupación cuando alguien se retiraba, pero ya no, a lo cual ayuda también la gran cantidad de alumnos que vienen a estudiar. En ese sentido, cuando cambiaron los horarios de las escuelas tuvimos muchos problemas, antes se asistía de nueve a doce y de tres a cinco, por lo que los niños venían de las doce a las dos y de las cinco en adelante. Ahora, con turno corrido, había ocasiones que sólo teníamos como veinte estudiantes, por lo que nos dimos a la tarea de ir a los barrios a juntar gente, muchachos que no estaban en la escuela casi nos los traíamos en paquete; no queríamos estudiantes, sino ejecutantes que se dedicaran por completo a la banda, incluso íbamos al dif, a ver en las listas de familias quién estudiaba y quién no, para ir a sus casas. Y dio resultado, ahora tenemos ochenta ejecutantes de tiempo completo.

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